Extractos del libro Transcendir més enllà de l’Olimp.
Reguant i Fosas, Dolors. Barcelona, Ed. Octaedro, 2017
Hoy en día, ya sabemos con mucha certeza que, antes de la institución universal del patriarcado, hubo una sociedad anterior asociativa muy igualitaria fundamentada en el respeto a la diversidad de los seres humanos y en el bien común, es decir, armoniosa y pacífica. Generalmente se le llama «matriarcado», pero esta palabra crea confusión porque el nombre viene de la raíz griega archos, que significa ‘monarca’, y nos remite a una sociedad de dominación […].
Ernest Bornemann, ya en 1975 en su obra Das Patriarchat , evitó el término matriarcado y utilizó la palabra matrística, que orienta mejor su significado […].
Ya en los textos históricos y religiosos se habla muchas veces del «jardín del Edén» o bien de una «edad de oro», sociedades que representaban el mito del bienestar, y que no se correspondían a un lugar concreto, sino que simbolizaban una forma de vida comunitaria primitiva […].
Para constatar la existencia de la sociedad matrística en el paleolítico, podemos basarnos en diversas fuentes. Tenemos referencias en los textos del poeta griego Hesíodo (850 a. de n. e.) que nos habla de una raza dorada que vivía con paz y tranquilidad hasta que una raza “menor” la conquistó e introdujo su dios de la guerra. Es muy probable que se inspirara en la tradición oral y en la cultura minoica de la sociedad de la isla de Creta, antes de que fuera invadida por los aqueos […] La historia de la civilización de Creta comienza unos 6.000 a. de n. e., donde probablemente inmigrantes de Anatolia llegan por primera vez. La etapa de la Creta minoica es descrita por Platón como una cultura en la que la totalidad de la vida era impregnada por la fe en la diosa naturaleza, fuente de creación y armonía. Y aunque se ha encontrado que poseían algunas armas, su arte no idealizaba la guerra.
La antropología en los siglos xix y xx también conoció y estudió muchas sociedades ágrafas en las que pervivían patrones culturales que podrían estar en consonancia con la sociedad matrística inicial. Se trata de organizaciones matrilineales, o matrilocales, es decir, que la continuidad de filiación viene dada por vía materna, así como la residencia, aunque una cierta autoridad familiar la ejerce el hermano de la madre. En algunas de estas sociedades residuales, las mujeres tienen autoridad en el aspecto del control social y familiar, pero en ningún caso se utiliza el poder para ejercerlo sobre la comunidad […].
En cuanto a las evidencias arqueológicas, cabe destacar los hallazgos de una civilización neolítica de hace 8.500 años descubiertas inicialmente en 1958 en Çatal Hüyük (Anatolia); aunque no tuvieron repercusión mundial hasta las excavaciones de James Mellaart, llevadas a cabo entre 1961 y 1965.
No obstante, ha sido la mirada de las mujeres desde la perspectiva feminista la que ha proporcionado más contenido tanto a los textos como a la información arqueológica. Podríamos citar muchas, como la arqueóloga y escritora británica Jacquetta Hawkes, la arqueóloga Margaret Ehrenberg, Margaret W. Conkey o también la antropóloga americana Ruth Tringham. Cabe destacar, sin embargo, principalmente los hallazgos de la arqueóloga estadounidense de origen lituano Marija Gimbutas, y de la arqueóloga catalana Mª Encarna Sanahuja Yll, la cual, en su obra, lo enfoca desde la perspectiva del feminismo y, a la vez, del materialismo histórico.
Otra aportación capital la hace la antropóloga Riane Eisler en su libro El cáliz y la espada, una narración muy completa donde reúne evidencias del arte, la arqueología, la religión, las ciencias sociales y la historia, entre otros campos de indagación, para contar la historia de nuestros orígenes culturales y constatar que la explotación de un sexo por el otro no tiene carácter divino ni biológico. Hace un paralelismo entre la simbología del cáliz y la espada. El cáliz, como recipiente sagrado, representa una sociedad pacífica de poderes generadores, alimentadores y creativos que se contrapone a una sociedad posterior que adora el poder letal de la espada […].
Las razones por las que se ha ignorado esta fase histórica hasta hoy en día se encuentran, sobre todo, en la aculturación patriarcal, que, tal y como iremos viendo, ha borrado el pasado para poder atribuir al hombre la creación del Universo y de la vida en un acto de cosmofàgia. Y, por ello, no es de extrañar que los científicos, debido al inconsciente cultural androcéntrico, les sea difícil ver todo lo que piensan que no ha existido nunca, tal como queda explícito en algunos ejemplos. De este modo, se ha distorsionado la información, y también hay que decir que ha habido falta de interés científico, para indagar lo que no correspondía a la «historia oficial» […].
Las primeras representaciones femeninas que aparecen durante el paleolítico superior hasta la edad del bronce se asocian con la existencia de la diosa madre, partiendo de una sociedad muy vinculada a la fecundidad de la madre naturaleza. Son figuritas llamadas venus paleolíticas, con formas protuberantes que muestran los atributos sexuales muy visibles; algunas aparecen en estado de gestación. En cambio, los primeros observadores, cuando descubren estas imágenes femeninas, las leen con los estereotipos misóginos y las consideran obscenas, pensando en el binomio: o vírgenes o prostitutas. Como dice Sanahuja: «Cuando aparecen estas imágenes, representaciones figurativas de cuerpos sexuados, el pensamiento androcéntrico consideró que estaban hechas por hombres y, además, las ha conceptualizado y definido como el producto exclusivo de su imaginación y su libido». Otra característica errónea vinculada al estudio de los orígenes en la arqueología prehistórica ha sido considerar como categorías universales de análisis las relaciones sociales o instituciones que existen en la actualidad. Confunden las unidades domésticas arcaicas, los clanes familiares u hordas con la familia nuclear actual, o bien se imaginan la subordinación femenina y la división sexual del trabajo desde el punto de vista de los patrones patriarcales actuales […].
Cuando Mellaart excavó el Catal Hóyük, donde la reconstrucción sistemática de la vida de los habitantes de la ciudad era el objetivo arqueológico principal, concluyó que, por el tamaño de las construcciones, los datos de los equipamientos y las ofrendas en los enterramientos, no observaba una notoria desigualdad social. En cambio, los túmulos posteriores de líderes indoeuropeos, se veía claramente una estructura social piramidal […].
Tal como hemos dicho, las primeras representaciones humanas que se han encontrado en el paleolítico superior (hace entre 35.000 y 10.000 años) y parte del neolítico son figuras iconográficas del cuerpo femenino o antropomorfas. Hay unanimidad en que estas representaciones y símbolos femeninos expresaban alguna forma de religión primitiva de culto a la fertilidad y, en especial, Catal Hóyük era un lugar prominente del culto a la diosa madre, como símbolo universal de fecundidad.
En 1974, cuando la arqueóloga Gimbutas publica por primera vez un compendio de los hallazgos de sus propias excavaciones y de algunas otras, estudia más de treinta mil esculturas femeninas en miniatura de barro, mármol, hueso, cobre y oro, preservadas en una caverna durante veinte mil años. Estas figuritas se caracterizan porque están representadas sin atributos ni objetos que se pudieran usar de armas […].
Las sociedades matrísticas prepatriarcales eran sociedades fundamentadas en un orden familiar, no en un poder político, y basadas en la reciprocidad en vez de la asimetría. Las madres no ejercían un poder coercitivo como grupo, ya que de ellas nacían tanto las hijas como los hijos y, por tanto, si daban vida a los dos sexos, se supone que lo gestionaban con la misma generosidad y equidad para ambos. En cambio, el orden patriarcal nos tiene acostumbrados desde siempre a las representaciones iconográficas de una madre con un hijo, nunca con una hija, ya que la importancia radica en el hecho de engendrar un varón […].
Desde la visión del patriarcado, el varón se ha instituido como el arquitecto de todo el progreso y ha transmitido la visión siguiente sobre los orígenes de nuestra civilización: la pareja humana como primera célula de la sociedad, formada por el hombre cazador (actividad más valorada culturalmente) y por la mujer, dedicada a la reproducción y en las tareas de recolección. Se trata de una división del trabajo fundamentada sobre una base biológica. Un esquema que ha permanecido enmarcado en un cuadro estático.
Tanto los datos etnográficos como los arqueológicos contradicen esta visión biológica. Las sociedades primitivas no contemplan la disparidad de fuerza física, iniciativa y capacidad de resistencia entre hombre y mujer […].
El tema de la inmovilidad que, por razones de la reproducción y crianza, se atribuye a la división sexual del trabajo también podría hundirse como teoría. En primer lugar, parece haber consenso en que, inicialmente, había un tipo de caza cooperativa, una caza menor o carroñero que no representaba la fuente alimentaria principal […]. Muchas veces sólo representa un 30% o 40% del total de la dieta alimentaria. Por lo tanto, la sobrevaloración de la caza sólo es una medida cultural, ya que no viene dada ni por la contribución económica que representa ni por ser el medio de alimentación principal. La misma estrategia que se produce en la actualidad con la desvalorización del trabajo de producción doméstico y de cuidados, los cuales no entran en la cuantificación económica al no estar incluidos en el dogma del trabajo productivo […].
Y también hay que remarcar que las industrias primitivas fueron las industrias caseras desarrolladas por mujeres, como la cocción de alimentos, la preparación de pieles para la vestimenta y ornamentación, la fabricación de cerámica y otras técnicas relacionadas con la agricultura y las medicinas. Estos datos desmienten la ecuación según la cual la división del trabajo promueve jerarquías […].
Hay unanimidad que el paso de un modelo de sociedad a otro fue un proceso gradual. Es decir, no se hizo de golpe, sino que fue un proceso largo de gestación y, hasta que definitivamente cristalizó en la Atenas clásica, no fue igual en todas partes […].
A lo largo de este periodo, además de la división sexual del trabajo, el control de las mujeres, la instauración de la familia nuclear y la formación de los primeros estados, lo que fue primordial es el traspaso de deidades: de diosas a dioses […].
Con palabras de Bornemann , «lo más dramático del patriarcado no es la autodestrucción del hombre, como resultado de su tentativa de hacer de la mujer su esclava, sino la destrucción de la conciencia de la mujer al borrarle todos los recuerdos de épocas anteriores al patriarcado, el bloqueo del conocimiento de lo que fue, de lo que es hoy y de lo que podrá ser mañana » .
Y es aquí donde radica el éxito del patriarcado, en el hecho de borrar todas las huellas. Por eso en las diferentes narraciones, sean de la mitología o de las religiones, todas las cosmogonías del mundo nos llevan al patriarcado. Así, la Biblia borra la madre original y la remplaza por un primer hombre. De esta manera se la excluye del simbólico […].
Lo que Victoria Sau llama matricidio primitivo aparece en la mitología griega representado por Zeus, cuando se autoproclama soberano de todos los dioses y diosas y se apropia de la maternidad de su esposa Metis, haciendo nacer Atenea de su cabeza y de la maternidad de Sémele para hacer nacer Dionisio de su muslo. Respecto a ello, queda reservado al Apolo de Esquilo pronunciar la base “científica” cuando dice: «La madre no es progenitora de este niño, sino niñera de la semilla recién sembrada» […].
El paso definitivo en el estadio de la familia patriarcal pudo realizarse cuando el derecho paterno hubo integrado las criaturas en el clan del padre. Ya diferencia de lo que ocurría en el clan materno, donde las criaturas estaban integradas en la colectividad para evitar la enajenación de cualquiera de ellas, con la familia patriarcal se crea el miedo de la autoridad, la obediencia supeditada al derecho de heredar los bienes de propiedad y el castigo según la fórmula de justicia establecida [ … ].
Lévi-Strauss, en el libro Las estructuras elementales de parentesco, habla de la circulación de las mujeres de un grupo a otro. En el cambio de estructura, la residencia matrilocal pasa a ser patrilocal, es decir, las mujeres van a vivir a la residencia del marido. Y se establece un pacto entre varones (consuegros o cuñados), en el que ellos son los únicos que tienen poder de decisión legitimada y son ellos los que se reparten el producto de su apropiación. Por tanto, las mujeres pasan a ser el colectivo que los hombres se reparten entre sí. Así pues, un factor primordial relacionado con las reglas de filiación y residencia y, por tanto, ligadas a la exogamia, es el exilio de la mujer de su núcleo focal.
Así como en el grupo del clan ginecofocal el hombre no perdía su pertinencia al cambiar de grupo residencial, en el caso de la mujer, el exilio genera aislamiento y división entre las mujeres al instaurarse un sistema autoritario patriarcal. La descendencia por vía materna y la matrilocalitat daban a la mujer un cierto estatus, ya que los parientes de su clan le reforzaban la autoridad. El hombre continuaba perteneciendo al clan de la madre y en esta estructura se potenciaba el equilibrio de todos los miembros del grupo. En el momento que se desvincula la mujer del clan de la madre, hay un punto de inflexión en la historia. Se genera la «hermandad de varones», que se refuerzan entre sí y se reproducen genealógicamente a través de su linaje y creando su propia moral [ … ].
El patriarcado significó el poder del padre, el pater familias, sobre la vida y propiedad de los otros miembros de la familia. La palabra familia se empieza a utilizar de manera legal en la Roma antigua y proviene de famulus, que significa ‘esclavo’, ya que en la sociedad romana el pater familias era el dueño de mujeres, esclavos, niños y niñas. Tenemos otra «supervivencia» cultural muy actual en la palabra jurídica parricidio, que se aplica cuando alguien mata el padre o la madre o los hijos, ya que todos forman parte de la misma unidad del padre.
En consecuencia, es este pater familias o las instituciones patriarcales delegadas, el que, en su pensamiento excluyente, deciden cuáles son los hijos legítimos o ilegítimos; cuál es la ciudadanía de primera o de segunda categoría y, según el término civilización, quienes son los civilizados en oposición a los salvajes que hay que colonizar, siempre dentro de la dialéctica amo / esclavo.
La misma dicotomía existe en el concepto de honor autoatribuido por el hombre y el de virtud obligatoria asignado a la mujer. La persistencia de este anacronismo en la sociedad actual es la fuente de los crímenes más abyectos. El falso concepto de pureza sexual por la falta de la cual un hombre queda deshonrado, sea por parte de la mujer, hermanas o hijas, las convierte en un objeto punitivo, muy utilizado en las guerras para castigar y vengarse del enemigo. La violación de las mujeres de un grupo conquistado, convertidas en botín de guerra, es un hecho que se produce desde el siglo viii a. de n. e. hasta la actualidad. Pero este tema no quedará resuelto si no nos deshacemos de la violencia simbólica que vamos reproduciendo […].
Aunque parezca sorprendente, después de, como mínimo, cuatro milenios de dominio patriarcal, podemos encontrar actualmente en el mundo, vestigios de sociedades aisladas que se rigen con otros parámetros. Son sociedades denominadas habitualmente matriarcados. Se trata más bien de comunidades matrilineales o matrilocales donde las mujeres tienen un papel preponderante, una cierta autoridad (que no poder) sobre la comunidad […].